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SOY RECONOCIDO POR MI MISERICORDIA

17.12.1997

Toda carne debe ir a ti
con todos sus pecados.
Aunque nuestras faltas nos abruman,
Tú las despareces.

Feliz el hombre elegido por Ti
a quien Tú invitas a vivir en Tus Cortes.
Llénanos con los bienes de Tu casa, de Tu Santo Templo.
(Salmo 65, 3-4)


-Vassula Mía, permíteme servirme de tu oído para que puedas escucharme. Permíteme utilizar tu mano para que escribas Mis dictados. Permíteme, también, usar tu mente para colmarla de Mi Conocimiento y llenar todo tu ser con las instrucciones que emanan de la Sabiduría. Acepta todo lo que te ofrezco, Mi amiga bienamada, y avanzarás al ritmo que Yo he previsto.

Deseo, Vassula Mía, para esta generación y para las generaciones venideras, dejar una memoria eterna de Mi Misericordia. Ninguna de todas estas Riquezas que proceden del tesoro de Mi Corazón, te serán atribuidas, ya que no sabías nada en absoluto, al principio, cuando fuiste llamada por el Amante de la humanidad, pues todo tu cuerpo yacía entonces en la oscuridad. Pero ya que Yo soy el Señor de los santos, no soy menos Señor del miserable. Yo te miré y te amé... Soy reconocido por Mi Misericordia y por la ternura de Mi Corazón. Soy reconocido por la debilidad que tengo por los niños.

Alégrate, entonces, hija, de que tu Rey haya descendido de Su Trono para darte tres veces el beso de la resurrección a tu alma. Embriagada por la dulzura de Mis besos, tu alma Me canta ahora alabanzas, glorificando a su Amante. Sabía entonces que lanzándote una sola de Mis miradas, ablandaría instantáneamente la dureza de tu propia voluntad y haría añicos la costra que rodeaba tu corazón, y así lo hice ... ¡Oh, qué no haría Yo por un alma tan frágil con tal de conducirla hasta la completa unión espiritual con Mi Deidad y hacerla un sólo espíritu Conmigo!

Te he pedido, amada Mía, construir un templo santo dentro de ti, un altar en la ciudad donde Nosotros
1 levantaríamos Nuestra tienda, una copia de ese sagrado tabernáculo, que desde el inicio, Nosotros teníamos preparado, y así lo has hecho, pequeña amiga leal. Es por esto por lo que la Sabiduría pudo ayudarte y, a través de ti, a miles de otras almas. La Sabiduría te educó a ti y a muchos otros por medio de esta Obra Divina, llevando a cada uno por un camino maravilloso. Esta Obra es la prueba de Mi Amor desbordante.

¡Oh, bendito Corazón de Jesús,
desbordante de gracias, Divina Bondad!
Tú, que con una de Tus miradas
derribas reyes y reinos,
embriagando pueblos y ciudades,
enardeciendo hasta la locura a los corazones,
cautivándolos de amor,
enamorándolos, para siempre, de Tu Divinidad.

Tus Ojos, mi Señor, son un Jardín del Edén,
Exquisitamente hermosos,
Tu Corazón es como un universo infinito
de gracia en la Gracia.
Todo Tu Ser es como una torre de marfil
con brillantes piedras preciosas,
incrustadas en sus paredes.

Luz Eterna, Tus dos Naturalezas
son el movimiento de nuestro corazón.

¡Oh, Dios! Me doy cuenta de que no soy capaz
de formular una palabra inteligible que pueda
acercarse lo suficiente para describir
la Soberanía y el Esplendor de mi Señor.

-¡Ah, Vassula, Mi consuelo! ¡Yo estaba decidido a llevarte a compartir Mi Reino! Este Amor que tengo, esta Sed que tengo por las almas, arde en Mi Corazón, es el amor que Me condujo a la Cruz, sin importar la vergüenza que representaba. Es Mi Amor el que Me conduce de nuevo a ustedes, generación, llamando a una de las criaturas más inadecuadas de entre ustedes, la que carecía de conocimiento, no sólo de las Escrituras, sino también del conocimiento de Mi Voluntad, en aquel entonces un escándalo a los ojos de Mis santos y ángeles. El llamar de la muerte a semejante alma miserable y elevarla hasta Mi Divino Corazón, trayéndola hasta Mis cortes reales, es una señal que ustedes no deben ignorar, es una señal para el resto de ustedes, a fin de que aumenten su confianza y aprendan que Yo llamo a cada alma, para que abandone su malvada conducta de hoy y vuelva a Mí de todo corazón, de manera que ella también pueda participar de Mi Gloria.

Ven, amada Mía. Yo Jesús, te amo.





1 La Santísima Trinidad