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Conferencia de Vassula sobre la Unidad de los Cristianos


La Iglesia es una y siempre ha sido una, pero la gente de la Iglesia es la que con sus enfrentamientos, sus prejuicios, su orgullo y sobre todo su falta de amor los unos por los otros han logrado dividirse entre sí, ¡y todos lo sabemos!

Cristo, ofendido, dijo en un mensaje: “Mi Reino sobre la tierra es Mi Iglesia, y la Eucaristía es la Vida de Mi Iglesia, esta Iglesia que Yo Mismo os he dado. Yo os había dejado con una sola Iglesia, pero apenas Me fui, apenas volví la espalda para ir al Padre, ¡vosotros redujisteis Mi Casa a una desolación! ¡La arrasasteis hasta el suelo! Y Mi rebaño anda errante de izquierda a derecha… ¿Cuánto tiempo aún he de seguir bebiendo el Cáliz de vuestra división, el cáliz de la aflicción y la devastación?” (14.11.91)

Debemos tomar en consideración este lamento de Cristo, y la búsqueda de la reconciliación y la unidad debe impregnar toda la vida de la Iglesia y convertirse en nuestra prioridad para alcanzar esa meta que es la meta de Cristo. Es nuestra deuda con Dios, es nuestra obligación con Dios y es nuestra responsabilidad para salvaguardar la credibilidad de la Iglesia.

Sin embargo, por muchos esfuerzos que haga la Iglesia por alcanzar esa meta, mientras no se unifique la Fiesta de Pascua y no la celebremos juntos, nuestra división persistirá y no habrá ningún progreso, porque hace ya años que Cristo les ha estado pidiendo que unifiquen las fechas de Pascua, prometiendo que si se hace eso, Él hará lo demás para unificarnos y llevarnos a una completa unidad.

Jesús dijo: “Permaneced en Mi amor. Si guardáis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor” (Jn 15, 9-10) En caso contrario, dice el Señor: “Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.”(Jn 15, 6)

Es obvio que no hemos tomado en serio estas palabras de Cristo. ¡Qué falsos y corruptos podemos llegar a ser! A pesar de que los Evangelios nos llaman a permanecer unidos, a pesar de los impulsos del Espíritu, nuestra división persiste. Por lo tanto, “La Verdadera Vida en Dios” no debe permitir más que nos domine esa gangrena, que mata la actividad del Cuerpo, sino que debemos combatirla con vínculos de amor. Deberíamos sentirnos todos responsables por permitir que esa enfermedad, aunque provenga de nuestros antepasados, haya devastado el Cuerpo Místico de Cristo, devorando la unidad de la Iglesia.

La Iglesia también debería ceder con humildad y escuchar los gritos de todos nosotros, los laicos, que tenemos también derecho a expresarnos y que estamos buscando desesperadamente la unidad y la intercomunión… Sin los laicos, no hay Iglesia… Nosotros, los laicos, ansiamos todos la unidad.

Ya que sabemos que Dios aborrece la división porque está mal y es un escándalo, ¿por qué la Iglesia, a sabiendas, sigue ofendiendo a Cristo al insistir en mantener viva esta división?

Vivir la Unidad con amor y humildad no es una cuestión de sentimentalismo, ni tampoco es comerciar con la Fe y la Verdad, sino que es declarar la Verdad desde las Escrituras y dar vida a cada palabra del Evangelio. No debemos permanecer inertes a la Palabra de Dios.

Los cristianos que permanecen divididos no están viviendo en la Verdad, por muy verosímiles y honrados que quieran aparecer a los ojos del mundo, y por muchas avemarías y devociones que hagan, su falta de amor y su falta de humildad son una señal reveladora tan evidente que todos la notamos.

Hace ya siglos que los cristianos están divididos, algunos admitiendo su pecado y otros admitiendo tristemente que no tienen poder para compartir juntos la Sagrada Eucaristía. Por tanto, ¿qué es lo que retiene a la Iglesia? Lo que les retiene es el hecho de que no pueden ponerse de acuerdo, ni reconciliarse, ni perdonar porque, una vez más, les falta amor y humildad. Mientras sus corazones no se enciendan con el amor a Cristo y con el fuego del Espíritu Santo, permanecerán inactivos e inertes, igual que los huesos secos de la visión de Ezequiel.

El amor es la raíz y el fundamento de la unidad. Si la Iglesia no vive todavía en plena comunión es porque todo lo que se expresa o se debate y se explica se hace sin amor, es estéril. Esta división está dirigida contra Cristo. Todos los que se consideran cristianos y acatan la división han quebrantado el Mandamiento de Jesucristo, que dijo: “Amaos los unos a los otros”. Hay que reconocerlo: los cristianos que no aman y no han vivido más que para su propia gloria no se reconciliarán jamás porque aun no han crecido plenamente en Cristo.

Recordemos cómo, en la última Cena, Cristo pronunció la bendición y levantó el pan diciendo a Sus discípulos: “Tomad y comed, éste es Mi Cuerpo.” Tomo luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, diciendo: “Bebed de ella todos, porque ésta es Mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.”

Ése es el Mandamiento de Cristo y por lo tanto todos nosotros debemos obedecerlo. ¿Cómo podemos decir que vivimos en Cristo si no hemos hecho las paces y no nos hemos reconciliado unos con otros? ¿Se les ha ocurrido alguna vez a los miembros de la Iglesia que están viviendo diariamente el pecado de su división? Por lo tanto, si sabemos esto, los pastores y todos nosotros tenemos que elegir.

Aquí hay dos opciones. La primera opción pertenece a Dios y proviene de Dios, y es: vivir con amor, paz, humildad, reconciliación y unidad. La segunda opción pertenece a Satanás, viene de él y es: odio, guerra, orgullo, falta de perdón, egolatría y división. No es tan difícil elegir. Pero entonces, si elegimos tomar partido del lado de Dios y no obramos en consecuencia, se nos hará responsables de ello y todos pagaremos por cada actitud arrogante, cada acto de orgullo, cada prejucio, por nuestro rencor, por la falta de caridad, por nuestra frialdad y por cada palabra que hayamos pronunciado unos contra otros, por nuestro ego y todo lo demás, porque habremos quebrantado el Mandamiento de Cristo. Es así de claro.

El Día del Juicio no podremos decir a Dios que no ha mostrado Su Misericordia en nuestros tiempos y que no nos ha hecho partícipes de Sus designios, ni tampoco podremos pretender que no hemos oído Su Llamada o que no Le hemos entendido. Yo sé, igual que vosotros, que los Signos de los Tiempos nos están llamando a todos a la Unidad. ¿Cómo es posible que algunas autoridades de la Iglesia sean incapaces de leer los Signos de los Tiempos? No podemos ignorar esos signos que vienen del Espíritu Santo; y sin embargo, algunos lo hacen. Es porque han perdido el sentido de lo sobrenatural y sólo creen en el naturalismo, y eso es un pecado grave.

Esos actos estériles  van en contra de lo que Cristo pidió al Padre cuando dijo: “Como Tú, Padre en Mí y Yo en Ti, que ellos también sean uno en Nosotros, para que el mundo crea que Tú Me has enviado.” (Jn 17, 21) Y más aún cuando no hacemos nada para aportar la unidad a la Iglesia, sino que permanecemos en silencio, como sepulcros en un vasto cementerio.

Si alguien os dice que estáis actuando mal viviendo una unidad espiritual o practicando la intercomunión, deberíais preguntar a esas personas:

“¿Por qué ponéis a prueba a Dios, imponiendo a los pastores que permanezcan divididos? Si me estáis interrogando sobre un acto de reconciliación y amor, debéis saber que estoy únicamente siguiendo el Mandamiento de Cristo. Por lo tanto, ¿qué pensáis que es mejor, seguir el Mandamiento de Cristo o desobedecerlo? ¿Es pecado amar y reconciliarse unos con otros? No, es evidente que no lo es. Pecado es más bien la trasgresión y el rechazo del Mandamiento de Nuestro Señor y la llamada a la Unidad. Vuestro pecado de división ha destruido parte de la Iglesia y la ha convertido en una desolación, y lo sabéis. ¿Cómo se puede, pues, reconocer en nosotros el Cuerpo de Cristo si permanecemos divididos? ¿Cómo puede el mundo creer que fue el Padre quien envió a Cristo? Yo, por mi parte, he elegido no ser igual que esas tumbas, que son como materia inanimada, desperdigada y hecha pedazos por su ego y su espíritu de orgullo, sus prejucios y sus propios intereses, sino que escucharé a Nuestro Señor y permaneceré en Él, porque he leído, con la ayuda del Espíritu Santo, los Signos de los Tiempos que nos llaman a la Unidad, compartiendo en torno a un solo Altar. Quiero ser el Icono perfecto de la Unidad, atrayendo  amablemente a todos a vivir “Una Verdadera Vida en Dios” y morar en la Santísima Trinidad.”

Y cuando pronunciéis estas palabras, amigos míos, veréis la reacción de los que retienen la unidad y guardan las llaves del Reino de Dios, sin entrar ellos en él ni dejar entrar a los demás. Será idéntica a la de los dirigentes de aquellos tiempos, ancianos y escribas, Anás, el sumo sacerdote, Caifás, Jonatán, Alejandro y todos los que pertenecían a la estirpe de sumos sacerdotes que perseguían a Pedro y a Juan y que se decían entre sí: “A fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen ya más a nadie en nombre de Cristo.”(Hch 4, 17)

Hoy nuestra respuesta debería ser la misma que la de Pedro y Juan, que contestaron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.” (Hch 4, 19) Y cuando, en otra situación, Pedro con sus apóstoles dijeron en el Sanedrín al sumo sacerdote: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch 5, 29)

Preguntadles también: “¿Quién de nosotros dos está pecando? ¿El que se ha reconciliado con sus hermanos, compartiendo un solo Cáliz y un solo Pan y siguiendo los Mandamientos de Cristo, o el que no se ha reconciliado todavía y mantiene viva esta división, escupiendo veneno sobre su hermano y poniéndose del lado del Divisor? ¿Es acaso Cristo un Dios de división o un Dios de Unidad? Yo, por mi parte, creo que estoy del lado bueno, porque he elegido la reconciliación, lo que el Evangelio nos predica. No creo estar  pecando, o desobedeciendo, o dañando el Cuerpo Místico de Cristo, o predicando una moral dañina a los fieles. Por el contrario, me he reconciliado con mis hermanos con humildad y amor, y vivo  la unidad espiritual que Nuestro Señor ha estado implorándonos durante siglos.” Esto es lo que debéis decirles.

El Señor dijo en un mensaje: “Alza la voz en Mi Casa y pregunta a Mis pastores: “¿Hay alguien dispuesto a trabajar con vigor y amor para reconstruir esta Casa que se tambalea? ¿Hay alguien ahí dentro que esté dispuesto a defender esta Casa? ¿Hay alguien que entienda ahora lo que estoy diciendo? ¿Hay alguien en la Casa del Señor que esté dispuesto a expandir el Reino de Dios?”(20.10.98)

Pidamos a Nuestro Señor que nos envíe Su Espíritu Santo, que es la Fuente de la Unidad Cristiana que ilumine a los que todavía levantan objeciones en el camino hacia la unidad

Debemos también pedir al Espíritu Santo que nos fortalezca y nos de el Espíritu de fortaleza para poder continuar con entusiasmo y avidez cumpliendo la Voluntad de Dios, y que nunca nos desanimemos ni nos cansemos si cometen contra nosotros cualquier acto vil aquellos que no escuchan la llamada del Espíritu Santo: que seamos uno.

Cristo dice en un mensaje: “Yo podría pronunciar una sola palabra en sus asambleas y, con esa única palabra, unificar Mi Iglesia. Pero la gloria del Cielo Me será dada por la Pobreza, la Miseria y por aquellos que son considerados despreciables.”(13.10.91)

De modo que tomo aquí, con todos los lectores contemplativos de La Verdadera Vida en Dios, la posición de Pobreza y Miseria que los sabios y eruditos consideran despreciable, y pido a los representantes oficiales de la Iglesia que acaben con las disputas entre ellos, por el Amor de Cristo, que acaben con su insinceridad e indiferencia hacia la unidad, que permitan que el Espíritu Santo los guíe y que escuchen los gemidos del Espíritu que nos pide, nos ordena que nos unamos alrededor de un solo Altar, compartiendo un solo Cáliz y un solo Pan, y proclamando juntos, a una sola voz, que hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios que es el Padre de todos, sobre todos, por todos y en todos.