Sent: Monday, July 07, 2003 10:22 PM
Subject: Confianza en María

A continuación se encuentra la conclusión de la Exhortación Apostólica, Ecclesia en Europa, del Papa Juan Pablo II, publicada el domingo 29 de junio.

 

Hay muchas referencias a la “Mujer Vestida con el Sol” en los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios. Ver “La Mujer Adornada con el Sol”   http://www.tlig.org/spmsg/spm961.html  del 25 de marzo de 1996. 

  

 

Confianza en María

 

 “Un gran portento apareció en el Cielo,

una mujer vestida con el Sol” (Ap 12,1)

 

La Mujer, el Dragón y el Niño

 

El viaje de la Iglesia a través de la historia está acompañado por “signos”, los cuales son visibles para todos, sin embargo necesitan ser interpretados. Entre dichos signos, el Libro del Apocalipsis presenta el “gran portento” que apareció en el Cielo, el cual habla de un conflicto entre la mujer y el dragón.

 

La Mujer, vestida con el sol, en trabajo de parto y a punto de dar a luz (Ap 12,12), puede ser visto como el Israel de los Profetas, el cual da a luz al Mesías “Quien gobernará a todas las naciones con una barra de hierro” (Ap 12,5; Salmo 2,9). Pero, Ella también es la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza, sometido a persecuciones y sin embargo, protegido por Dios. El dragón es “la antigua serpiente, quien es llamado Diablo y Satanás, el engañador del mundo entero” (Ap 12,9). El conflicto es desigual: el dragón parece prevalecer, tan grande es su arrogancia ante la indefensa y sufrida Mujer. Sin embargo, en realidad, el triunfo le pertenece al Hijo nacido de la Mujer. En este conflicto una cosa es cierta: el gran dragón ya ha sido derrotado; “él fue expulsado a la tierra y sus ángeles fueron expulsados junto con él”. (Ap 12,9). Él fue derrotado por Cristo, Dios hecho Hombre, a través de Su Muerte y Resurrección y por los mártires “a través de la Sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio” (Ap 12,11). Incluso cuando el dragón continúa su oposición, no hay razón para temer, ya que su derrota ya ha tenido lugar.

 

Esta es la certeza que anima a la Iglesia en su peregrinación. En la historia de la Mujer y el dragón, la Iglesia lee Su propia historia, otra vez. La Mujer que da a luz a Su Hijo también trae a la mente a la Virgen María, especialmente en el momento en que, traspasada por el sufrimiento al pie de la Cruz, Ella engendra a Su Hijo de nuevo, como el Vencedor sobre el príncipe de este mundo. Ella, entonces, es confiada a Juan, quien a su vez, le es confiado a Ella (Jn 19,26-27), y así Ella se convierte en la Madre de la Iglesia. Gracias a la unión de María con la Iglesia y la Iglesia con María, el misterio de la Mujer se hace más claro: “María, presente en la Iglesia como la Madre del Redentor, participa como Madre, en esa ‘lucha monumental contra los poderes de la oscuridad’”, la cual continúa durante toda la historia humana. Y por su identificación eclesiástica como la “Mujer vestida con el Sol” (Ap 12,1), se puede decir que “en la Santísima Virgen, la Iglesia ya ha alcanzado la perfección, por lo cual existe sin mancha”.

 

La Iglesia entera, entonces, contempla a María. Gracias a las incontables capillas Marianas esparcidas en las naciones del continente, la devoción a María es muy fuerte y difundida entre los pueblos de Europa.

 

¡Iglesia  en Europa! Continúen contemplando a María, con el conocimiento de que Ella está “presente maternalmente y compartiendo los tan complicados problemas que hoy acosan las vidas de los individuos, las familias y las naciones” y está “ayudando a los Cristianos en la lucha constante entre el bien y el mal, para asegurar que ‘no caiga’, o, si ha caído, que ‘se  levante de nuevo’”.

 

Oración a María, Madre de la Esperanza

 

En esta contemplación, inspirada por el amor genuino, María se nos muestra como una figura de la Iglesia, la cual, nutrida por la esperanza, reconociendo la Salvadora y Misericordiosa Acción de Dios, en cuya Luz, la Iglesia lee su propio viaje y el de toda la historia. Hoy, también, María nos ayuda a interpretar todo lo que nos sucede en la Luz de Jesús, Su Hijo. Como una nueva Creación moldeada por el Espíritu Santo, María es la causa de que la virtud de la esperanza crezca dentro de nosotros.

 

A Ella, Madre de la Esperanza y el Consuelo, confiadamente elevamos nuestra oración; a Ella le confiamos el futuro de la Iglesia en Europa y el futuro de todas las mujeres y hombres de este continente:

 

¡María, Madre de la Esperanza,

Acompáñanos en nuestro viaje!

Enséñanos a proclamar al Dios Viviente;

Ayúdanos a dar testimonio de Jesús,

El único Salvador,

Haznos bondadosos para con nuestro prójimo,

Acogiendo a los necesitados,

Preocupados por la justicia,

Constructores desapasionados de un mundo más justo.

Intercede por nosotros,

Mientras llevamos a cabo nuestro trabajo en la historia,

Seguros de que el plan del Padre será cumplido.

 

¡Amanecer de un nuevo mundo,

Muéstrate, Madre de la Esperanza

Y protégenos!

Protege a la Iglesia en Europa;

Que ella esté abierta al Evangelio, con total transparencia,

Que ella sea un lugar auténtico de comunión;

Que ella lleve a cabo, plenamente su misión

De proclamar, celebrar y servir

Al Evangelio de la Esperanza

Para la paz y alegría de todos.

 

Reina de la Paz,

¡Protege a los hombres y a las mujeres del tercer milenio!

Protege a todos los Cristianos;

Que avancen confiadamente

En el camino de la unidad,

Como levadura de armonía para el continente.

Cuida a los jóvenes,

La esperanza del futuro,

Que respondan con generosidad

Al llamado de Jesús.

Cuida a los líderes de las naciones;

Que ellos se comprometan

A construir una casa común

Que respete la dignidad y los derechos

De cada persona.

 

¡María danos a Jesús!

¡Concédenos que Lo sigamos y Lo amemos!

¡Él es la Esperanza de la Iglesia,

De Europa y de toda la humanidad!

¡Él vive con nosotros, en medio de nosotros, en Su Iglesia!

Contigo decimos:

“Ven, Señor Jesús”. (Ap 22,20)

¡Que la esperanza de Gloria,

Que Él ha derramado en nuestros corazones,

Produzca frutos de justicia y de paz!

 

 

 

Dada en Roma, en la Basílica de San Pedro, el 28 de junio, en la Vigilia de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en el año 2003, el veinticinco aniversario de mi Pontificado.

 

Juan Pablo II

 

 

  

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