Sent: Tuesday, April 15, 2003 6:30 AM
Subject: El Sacramento de la Penitencia

A continuación se encuentra el texto de una homilía sobre el Sacramento de la Penitencia, dada por el Papa Juan Pablo II hace un par de semanas, a un grupo de sacerdotes y seminaristas.

 

En muchas ocasiones, he expresado mi agradecimiento a todos los que se dedican al ministerio de la Penitencia en la Iglesia. Verdaderamente, el sacerdote Católico es, sobre todo, un ministro del Sacrificio Redentor de Cristo en la Eucaristía y un ministro del perdón divino en el Sacramento de la Penitencia. 

 

En esta ocasión, deseo reflexionar, particularmente, sobre la cercana relación que existe entre el sacerdocio y el Sacramento de la Reconciliación, el cual el sacerdote debe recibir, primero, con fe y humildad y con una frecuencia nacida de la convicción. De hecho, en relación con los sacerdotes, el Concilio Vaticano Segundo enseña: “Los ministros de la gracia Sacramental están íntimamente unidos a Cristo, el Salvador y el Pastor, a través de la recepción fructífera de los Sacramentos, especialmente, el frecuente acto Sacramental de la Penitencia. Si está preparado por un examen diario de conciencia, es un incentivo poderoso para la conversión esencial del corazón al amor del Padre de las Misericordias”.

 

Además del valor intrínseco del Sacramento de la Penitencia, cuando éste es recibido por el sacerdote, como penitente, uno puede mencionar su eficacia ascética como una oportunidad para hacer un examen de conciencia, y consecuentemente, para llegar a la determinación, placentera o dolorosa, (dependiendo de si los resultados son agradables o no), del grado de fidelidad de cada uno respecto a sus promesas. Es también, un momento inefable el “experimentar” el Amor Eterno, con el cual el Señor nos ama a cada uno de nosotros en nuestra propia individualidad: es una salida para la decepción y la amargura, quizás por algo que nos fue injustamente hecho. Es un bálsamo de consuelo para aliviar las diversas y tantas formas de sufrimiento que la vida conlleva.

 

Como ministro del Sacramento de la Penitencia, conciente del precioso don de la gracia colocado en sus manos, el sacerdote debe ofrecer a los fieles, la caridad de la cálida bienvenida, sin limitar su tiempo, ni mostrar una actitud severa o fría. Al mismo tiempo, en relación a sus problemas, el sacerdote debe tener la caridad, de hecho, la justicia para transmitir la enseñanza genuina de la Iglesia, sin distorsiones ideológicas u omisiones arbitrarias, evitando las modernas innovaciones seculares.

Particularmente, deseo llamar su atención a la necesidad de una adherencia adecuada al Magisterio de la Iglesia, en relación con los complejos problemas en el campo bioético y las normas morales y canónicas concernientes al matrimonio. En mi Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2002, yo señalé: “Puede suceder que frente a los complejos problemas éticos contemporáneos, los fieles salgan del confesionario con algunas ideas confusas, especialmente si encuentran que los confesores no son consistentes en sus juicios”. La verdad es que aquellos que cumplen este delicado ministerio, en el Nombre de Dios y de la Iglesia, tienen el deber específico de no promover, y más aún, de no expresar en el confesionario, sus opiniones personales que no corresponden a lo que la Iglesia enseña y profesa. Del mismo modo, “el dejar de hablar la verdad, por un sentido erróneo de compasión, no debe ser considerado como amor”.

 

Si el Sacramento de la Penitencia es bien administrado y recibido, es en sí mismo el medio principal para el discernimiento vocacional. El director espiritual de los seminaristas, antes de autorizar y alentar la intención de los mismos a ordenarse como sacerdotes, debe de estar personal y moralmente convencido de la capacidad e integridad de cada uno de ellos. Además, uno sólo puede obtener esta certeza moral cuando la fidelidad del candidato, a las demandas de la vocación, ha sido demostrada, con una larga experiencia.

 

En cualquier caso, el director espiritual debiera de ofrecer a los candidatos para el sacerdocio, no sólo discernimiento, sino también el ejemplo de su propia vida, buscando reproducir en sí mismo el Corazón de Cristo.

 

El justo y fructífero ministerio de la Penitencia y amor hacia el uso personal del Sacramento de la Penitencia depende, por encima de todo, de la Gracia del Señor. Para obtener este don del sacerdote, la mediación de María, Madre de la Iglesia y Madre de los sacerdotes, tiene una importancia singular, ya que Ella es la Madre de Jesús, el Eterno Altísimo Sacerdote. Que Ella obtenga de Su Hijo el Don de la Santidad, para cada sacerdote, a través del Sacramento de la Penitencia, recibido humildemente e impartido generosamente.

 

 

 

 

 

 

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